5/14/2008

Una reescritura de Cumbres borrascosas

Basado en el clásico de Emily Brontë, la escritora Minae Mizumura ha (re)escrito, en "Una novela real", un relato lleno de pasiones, un rompecabezas que transcurre en Estados Unidos y Japón, y que recorre casi 50 años desde la posguerra.

Nada bueno podría salir de la unión de dos seres de “naturaleza diferente” parecía ser una de las enseñanzas que dejaba Cumbres Borrascosas, la novela de Emily Brontë, y así, a lo largo de la historia, el amor y el odio son dos constantes (como otros tantos elementos contrapuestos en la narración) que resaltan la pasión entre Heathcliff y Catalina. Pero, aunque en vida no logran consumar su amor, el final tiene una unión feliz.
Publicada en 1847, la vida de Heathcliff y de Catalina, atravesadas por el amor, el odio, la venganza y el arrepentimiento es una de las grandes novelas de la Literatura inglesa. Y aunque el relato ocurre en Yorkshire, en el siglo XVII, pudo haber sucedido en cualquier otra parte del mundo, tal como lo demuestra Minae Mizumura en Una novela real (2002), publicada recientemente por Adriana Hidalgo editora, y la cual llega al castellano directamente del japonés, gracias a la traducción de Mónica Kogiso.
Es que Mizumura, a su manera, le ha pasado el codo a las páginas escritas por Brontë y, encima de ellas, ha (re)escrito su propia historia de amor; una novela “signada por la miseria del Japón de posguerra”, o, si se quiere, una historia de novela en la que el amor vuelve a enfrentarse a todo lo que se le oponga para hacernos entender por qué, muchas veces, nada bueno sale de la unión de dos seres de “naturaleza diferente”.
Al menos eso es lo que le ocurre a Taro y Yoko: se miran, se sienten, se desean, pero también se rechazan, se evaden, se alejan. Casi como un héroe trágico, Taro -de origen humilde, quizá hijo producto de una violación ocurrida durante la ocupación japonesa en Manhcuria- se enfrenta a los prejuicios que se tienen durante los casi 50 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, mientras que Yoko, criada en una familia acomodada, se debate entre lo que quiere, lo que desea, y el qué dirán, el qué pensarán.
En torno a Taro, de esta manera, se organiza todo un rompecabezas ubicado en dos escenarios definidos, Estados Unidos y Japón. El desarrollo histórico del mundo va mostrando el desarrollo del hombre, de Taro, y lo que parece un asunto particular se transforma en universal; el hombre se transforma junto al mundo, y Taro, ubicado en el límite de dos épocas, refleja esos cambios, y así se pasa de la prosperidad norteamericana, de los “nuevos ricos”, a la decadencia de las tradicionales familias niponas.
La figura del héroe, de Taro, se va delineando tanto por sus actos, sus acciones, y sus palabras, pero también se va contaminando por la apreciación que el resto tiene sobre él, basada, principalmente, en rumores y chismes, un detalle narrativo muy marcado en Una novela real, recurso que Mizumura explota a través de dos narradores. Uno de ellos es Fumiko, un ama de llaves similar a la Nelly de Brontë, receptora de todos comentarios que se hacen del protagonista, y mujer que transmite la historia a un muchacho que, a su vez, se la remite a la otra narradora, llamada Minae Mizumura (sí, igual que la autora).
El relato, en realidad, se abre con la voz de la Mizumura personaje (de papel), quien, al igual que la autora (de carne y hueso), también es escritora. ¿Un simple juego literario? Más que eso, el recurso le sirve a la autora (de carne y hueso) para teorizar sobre la ficción y la realidad y qué es ser escritor o quién es escritor.
Estamos advertidos desde el título. La novela es propia del ámbito de la ficción, la ficción entedida como el acto de copiar la realidad para transformarla en una nueva realidad, porque -como dice Mizumura (personaje de papel)- “un cambio en el arte puede generar nuevas realidades”. Y una “nueva realidad” (aunque ya sabida) es que, aunque cambien las épocas, hay conflictos que persisten a través del tiempo, y el amor, y las historias que mobiliza, como si fuese una moneda que cae de uno u otro lado, puede ser tan particular, como la Historia, o universal, como la Literatura.