11/26/2007

Sanshin




"Donde viven los okinawenses hay un sanshin; en donde hay un sanshin, surge música, y en donde hay música nace la danza...", dice un dicho. El resto lo pueden completar.

11/02/2007

Letras que llegan desde el Sol Naciente

Los talleres sobre literatura japonesa muestran el boom por los escritores japoneses.

Ya no es posible hablar de Japón como un país lejano y exótico. Ni misterioso. Quien no tiene un amigo de ojos rasgados, ha escuchado alguna vez del mundo animé y del manga, o cuanto menos probó una de las tantas exquisiteces de la gastronomía japonesa. Por eso, no debe resultar tan extraño hoy ver a un lector argentino leyendo con avidez una novela del japonés Haruki Murakami o de Banana Yoshimoto como si fueran las “aguafuertes”de un suburbio porteño.
¿Qué seduce tanto de esta generación de escritores que ha despertado en talleres y encuentros literarios un entusiasmo tan apetecible como el sushi?. Para Amalia Sato, editora de la revista literaria Tokonoma y traductora de El libro de la almohada, de Sei Shonagon, vale antes una aclaración: “Desde fines del siglo XIX que Japón, como ilusión y estructura de pensamiento forma parte del patrimonio cultural de occidente. Y gracias a esta entrada triunfal que le dieron sobre todo los impresionistas, que inauguraron el movimiento del japonisme, Japón sigue vigente”.
Residente en Belgrano, en sus conversaciones literarias Amalia destaca que hay una interesante y a la vez intensa continuidad “que proviene de las novelas de Kawabata; del espectáculo del grupo de teatro butoh Sankai Juku; los ciclos de cine en la Lugones; así como las ediciones en español de Higuchi Ichiyo o Natsume Soseki, que despiertan fervor. La posibilidad renovadora está activa y lo compruebo por el entusiasmo de quienes reciben los sucesivos números de la revista Tokonoma, o la curiosidad contagiosa con que se asiste a la funciones del grupo de teatro de papel kamishibai”.
Federico Maehama es periodista del diario La Plata Hochi y creó su propio blog de literatura japonesa (http://pajaroquedacuerdasblogspot.com/). Hace pocos días brindó una charla sobre Murakami en las habituales tertulias literarias que organiza el Jardín Japonés: “El público quería saber si los japoneses de hoy son como los retrataba él. He conocido a muchos jóvenes japoneses que llegaron a la Argentina, luego de viajar por el mundo, y de pasar años y años trabajando. Así, han ahorrado, renunciado y se lanzaron a la aventura de viajar. Creo que ellos, si bien no lo confesaban, sentían ese vacío que uno puede leer en los personajes de Banana Yoshimoto o Murakami. La soledad en una gran urbe económica, ése es el tema”.
Al referirse a ambos escritores, Federico subraya que “ellos retratan un mundo fantástico, pero que a su vez es muy real. Y eso, en gran parte, es la literatura. Un arte que se apoya en la realidad, que la observa y la transforma. El mayor clásico de nuestra lengua es El Quijote y uno de sus temas es la realidad versus la ficción. Y sin ánimo de comparar, ya que las distancias son enormes, ¿quién no ha pensado alguna vez que la vida es un sueño (o una pesadilla)? ¿Quién no fantasea?. El “héroe” de Murakami es, en realidad, el “antihéroe”, un personaje común al que le pasan hechos extraordinarios”.
Primero leyó a Yukio Mishima, luego a Yasunari Kawabata y de ahí en más para Juan José Burzi, miembro del “Grupo Alejandría” y director de la revista “Los Asesinos Tímidos”, fue cuestión de investigar, de buscar y encontrar. Cuando lo hizo, a principios del 2000, no existía aún el auge actual de autores japoneses y sólo de los clásicos se podía conseguir material. Y en la búsqueda dio con los “Siete cuentos japoneses”, de Junichiro Tanizaki; “El hombre del infierno”, de Ryunosuke Akutagawa; y “Las algas americanas”, de Akiyuki Nosaka, entre otros.
Burzi, que dicta un curso sobre “Literatura japonesa del siglo XX” en la librería
Eterna Cadencia, en Palermo Hollywood, abre el juego y hace una defensa de los clásicos:
“Cuando se conoce la obra de Akutagawa, esta nueva ola de escritores japoneses no habían logrado el nivel de “Confesiones de una máscara”, de Mishima, o de “Las hermanas Makyoka”, de Tanizaki. Son buenos autores (los actuales), pero hay que ubicarlos de una manera más realista dentro de la literatura japonesa. Y para eso es fundamental conocer a los escritores japoneses de principios del siglo XX hasta Kenzaburo Oé y Akiyuki Nosaka, inclusive”.
Los escritores de posguerra trataron de “relativizar”la importancia del emperador, mientras que los que se criaron bajo el “paraguas” de la opulencia económica prefirieron tomar distancia del modelo japonés. Para unos y otros, vale lo que alguna vez dijo el mencionado Kenzaburo Oé: “Si en el extranjero se me recibe con sonrisas neutras es porque soy un japonés que escribe novelas y no fabrica automóviles, televisores o equipos de sonido”. Cada vez más cerca, ahora es el imperio de las letras el que llega desde el Sol Naciente...






* Artículo de Andrés Asato, publicado el 1º de noviembre en el Suplemento Belgrano La Nación.

8/07/2007

Retrato de una infancia (que nadie sabe)

Entre todos los muebles que ha traído el camión de mudanza, hay dos valijas, una rosa y otra negra. La madre y el muchacho las bajan con cuidado. Son pesadas, pero igual las suben por la escalera hasta el primer piso del pequeño departamento que alquilan en Tokio.
Una vez dentro, ambos descansan. La valija rosa comienza a moverse. ¡Chotto matte!, se escucha, abren las valijas: de la rosa sale una niña; de la negro, un niño. Ya de noche, el muchacho va hasta el centro a buscar a su otra hermana, quien subirá por las escaleras también, pero en puntas de pie.
Es otoño, y ahora están todos juntos: Keiko, la madre, y sus cuatro hijos: Akira, Kioko, Shigeru y Yuki. Keiko les impone las reglas: está prohibido gritar y salir del piso, ni siquiera al balcón, porque el casero los echaría si se enterase de que ella cuida sola de los niños.
Cada uno de los chicos es de un padre diferente y ninguno va al colegio. Akira, el mayor, tiene doce y cuida de sus hermanitos cada vez que la madre va a trabajar. En apariencia, es una familia afectuosa y unida que disfruta de cada momento de la vida. Un día, sin embargo, ella desaparece y sólo deja algo de plata y una nota para Akira: “Mamá tiene que irse unos días, cuida de Kioko, Shigeru y Yuki”.
Así empieza una nueva vida para los cuatro niños, que ahora se tienen a sí mismos; una vida que nadie sabe.
Es invierno. Ha pasado un mes desde que la madre se fue, pero los cuatro niños se las arreglan y siguen respetando las reglas.
Ella regresa cargada de regalos. No se queda mucho tiempo. Recoge ropa de invierno y promete volver para Navidad.
Pero no vuelve.
El día de Año Nuevo, Akira marca un número de teléfono que ha encontrado. Su madre se presenta con un nuevo apellido, y el chico cuelga sin decir nada. Él se ha dado cuenta, pero no quiere que sus hermanos lo sepan.
Para primavera, la madre ya no manda dinero, y los niños no pueden pagar las cuentas. Akira decide que debe cuidar mejor de sus hermanos; es consciente de que deben estar unidos. Los cuatro salen del piso, juntos por primera vez. Están locos de alegría por estar al aire libre después de tanto tiempo. Compran lo que quieren en el supermercado y van a jugar a la plaza.
En verano los chicos siguen saliendo. Les han cortado el agua y la electricidad, por lo que aprovechan la plaza y lavan la ropa. En ese exterior, la gente sigue yendo a sus trabajos, paseando a sus mascotas; los colectivos pasan, pero nadie sabe.
Si bien ha sido un hecho real, 15 años después la historia fue guionada y filmada por Kore eda Hirokazu, y titulada Dare mo Shiranai (Nadie sabe).
El hecho real fue conocido en 1988 como "el suceso de los cuatro niños abandonados en Nishi Sugano", y, al igual que en la película, los cuatro chiso eran de padres diferentes, no habían ido al colegio, y tampoco existían legalmente, ya que sus nacimientos no habían sido registrados. Vivieron seis meses solos, luego de haber sido abandonados por su madre, hasta que las autoridades descubrieron el caso, al morir la más pequeña.
Un tema central de Nadie sabe es, justamente, la vida clandestina de los niños, "un problema social", señaló Kore eda (según el Ministerio de Educación de Japón, en 1987 el número de niños desconocidos de entre 7 y 14 años era de 533, y en el 2000, de 302, aunque, dice Kore eda, las cifras sólo se refieren a niños cuyo nacimiento ha sido declarado).
"Este suceso hizo que me planteara varias preguntas -dice el director, cuyo tercer film, After Life (1999), fue elegido como mejor película en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires-. La vida de esos niños no pudo ser únicamente negativa. Debieron haber disfrutado de momentos de complicidad, de alegría, de tristeza y de esperanza. No quería mostrar el «infierno» visto desde afuera, sino la «riqueza» de sus vidas desde adentro".
De esta manera, las estaciones fueron pasando y la cámara ha seguido a los chicos en su evolución, pero también haciendo foco en objetos simbólicos, como las plantas, una laca de uñas, un piano miniatura, zapatillas con sonido, cuencos de ramen instantáneos (fideos) y una caja de bombones.

Listas para volver a ser niños
Estrenada en Japón en agosto del 2004, Nadie sabe se filmó desde otoño del 2002 hasta el verano del año siguiente, con la particularidad de que los niños eran aficionados, sin ningún tipo de experiencia en la actuación. A continuación, elecciones de cada infante y el por qué de cada actor.

Yuya Yagira (Akira). Nació el 26 de marzo de 1990. Con su actuación, ganó el premio al mejor actor masculino en Cannes 2004. " Me sorprendió su mirada penetrante -contó Kore eda-. Durante el año de rodaje, Yuya ha crecido y ha mudado la voz. Al principio, era un chico tímido, pero, con el tiempo, acabó liderando a los demás. No es del todo sorprendente que Yuya se haya desarrollado en la realidad a la par que su personaje, que deja la niñez y se convierte en adulto. El cine es ficción, desde luego, pero también es un trozo de película en la que ha quedado fijada parte de su vida y de la mía".
Lo que más le gusta comer: carne. Lo que menos: nada. Lo que más quiere: el álbum que le dio Kore eda. Lo que sueña ser: futbolista o actor.

Ayu Kitaura (Kioko). Nació el 26 de noviembre de 1992. "En cuanto la vi a Ayu Kitaura supe que sería ella. ¿Por qué era tan callada? ¿Era así en la vida real o había adoptado esa actitud para el papel? Durante el rodaje, me di cuenta de que Ayu era muy diferente del personaje que interpretaba. Es una niña llena de vida. A menudo venía a preguntarme qué pensaba Kioko en una escena. Era capaz de bromear con el equipo y meterse en su personaje en cuanto empezábamos a rodar. Tiene madera de actriz".
Lo que más le gusta comer: fresas. Lo que menos: pimientos, comida especiada. Lo que más quiere: su familia y la muñeca que compró en Estados Unidos hace tres años y a la que llamó Ayuko (hija de Ayu). Lo que sueña ser: alguien útil para los demás.

Hiei Kimura (Shigeru). Nació el 12 de abril de 1995. "Dudé mucho a la hora de escoger un niño para el papel de Shigeru. Después de seleccionar a varios candidatos, los llevé a jugar al parque. Quería ver su comportamiento en grupo, sus capacidades de concentración y de adaptación. Cuando hablé con Kiei no se estaba quieto. Siempre contestaba lo mismo: No sé. No puedo decir eso. A pesar de todo, su rostro y su actitud eran muy interesantes. El problema residía en saber si podría soportar un rodaje de un año. Mi ayudante pensó que era un riesgo, pero ahora creo que hemos salido ganando".
Lo que más le gusta comer: papas, filete, gelatina de pescado, sushi con tofu frito, pasta instantánea. Lo que menos le gusta: verdura y fruta. Lo que más quiere: un juego, unas cartas y una goma. Lo que sueña ser: alguien que sepa hacerlo todo.

Momoko Shimizu (Yuki). Nació el 9 de octubre de 1997. "Momoko se sentía totalmente cómoda la primera vez que conoció al equipo. A pesar de no tener más de cuatro años, se expresaba increíblemente bien. Durante el rodaje demostró que tenía mucha concentración. Delante de la cámara siempre era muy natural por muy larga que fuese la escena. A menudo me colocaba al lado de la cámara para dar indicaciones a los actores y era capaz de seguirlas sin inmutarse. Es una niña muy capaz.
Lo que más le gusta comer: helado, arroz con granos de soja fermentada. Lo que menos le gusta: berenjenas, cebollas. Lo que más quiere: Moka (un perro de peluche). Lo que sueña ser: pastelera.








* Dare mo Shiranai (Nadie sabe): miércoles 15 de agosto, 23 hs., jueves 16, 02.25 hs., y domingo 19, 00.10 hs., por I.Sat.

Hiroshima

La historia de Hiroshima data de 1589, año en que el señor feudal Terumoto Mouri emprendió la construcción de un castillo, en el delta del río Ota, y su pueblo adyacente, al cual bautizó "Hiroshima".
Luego se establecieron en el castillo el señor Masanori Fukushima y, después, el señor Nagaakira Asano, cuyo clan, a lo largo de doce reinados fue amo de esta joya arquitectónica.
Así, Hiroshima, hoy, es una ciudad de más de un millón de habitantes, en la que se preserva lo antiguo y lo moderno. A orillas del río Motoyasu (Motoyasu gawa), por ejemplo, los jóvenes se reúnen los fines de semana para cantar. La acústica es la ideal y el ambiente, tranquilo. Es en este río en donde cada 6 de agosto se realiza la ceremonia de las linternas flotantes, una de las conmemoraciones que sirven para recordar el lanzamiento de la bomba atómica.
Hiroshima, claro, es conocida hoy como la "Ciudad Internacional de la Paz y la Cultura". Estar ahí parado, observar el río, a los jóvenes interpretando sus melodías, y a la gente que pasa y otros que se quedan parados en el puente Motoyasu (Motoyasu bashi) para escuchar, y que luego uno tome conciencia, recuerde lo que ha leído, lo que le han contado, es muy contrastante; muy fuerte.
Igual, en ese lugar, que es el Parque Conmemorativo de la Paz, las flores crecen bellas por todas partes, hasta en los alrededores de la Cúpula de la Bomba Atómica.
Y cada 6 de agosto los japoneses y habitantes de otras partes del mundo se acercan hasta el Cenotafio Conmemorativo (o monumento de la paz, casi al lado del Museo) para dejar sus ofrendas y rezos.
Como se ve, Hiroshima tuvo una recuperación notable, y hoy es una región próspera



7/19/2007

"El último penal"

Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo, sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado no es nada, pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención. El rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto. Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito en el estadio: Miguel, Miguel. El público de pie ante ésta, la última oportunidad del Racing Club cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro insista en morder la pelota y hacerla cagar como el otro día que la pinchó el muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el poste, el postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento. ¡Tiró Tornino...! y... se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda, carajo que ladra el Negro, sí mamá... sí la guardo... está bien... pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho.











* Roberto "El negro" Fontanarrosa, humorista gráfico, escritor y apasionado por el fútbol. Negro y canalla. todo lo demás quizá esté demás. "De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro".


Es verdd, yo me cagué de risa con sus cuentos, pero también lloré de emoción. ¡Un grande!



6/07/2007

Diferencias que se apagan con una lámpara eléctrica

En Japón, el segundo mercado publicitario del mundo en lo que respecta a millones de dólares en inversión, se pasan comerciales en los que se pueden ver a estrellas como Brad Pitt o Mariah Carey publicitando artículos que, en otros tiempos, eran percibidos como importados de "Occidente", como signos de prestigio, superioridad, en fin, de vicilizad, y que actualmente han sido "domesticados" como parte de la cultura nativa. Es la publicidad y su capacidad para transpasar diferencias culturales.
Hace ya un tiempo, el actor Rusell Crowe abrió el debate acerca de la utilización de la imagen, de la popularidad, para ganar "dinero fácilmente". COncretamente, el protagonista de Gladiador criticó a sus colegas que hacen publicidad en televisión, y sostuvo que no llegaba a comprender cómo George Clooney, por ejemplo, hacía propaganda para una fábrica de vestimenta en España, o, Harrison Ford, para cigarrillos en Japón. "Todos ellos actúan bajo el lema de ganar dinero fácilmente. Para mí, todo esto es ofensivo, una contradicción al compromiso que uno tiene con el público", dijo Crowe. Uno de los secretos de Hollywood, según develó una vez The Wall Street Journal, es que sus actores más famosos en Estados Unidos no aceptaban participar de anuncios locales, "donde se tiende a pensar que hacer publicidad es señal de que su carrera está acabada", pero sí lo hacen afuera del país, tal como lo demuestra Bill Murray en Lost in Translation (Perdidos en Tokio).
Hasta no hace mucho se creía que la mayoría de los actores aceptaban apariciones publicitarias en los comienzos de su carrera para luego alejarse una vez que cobraban "estatus de estrella". Pero una responsable de la división comercial de William Morris Agency asegura que ese comportamiento se está modificando, porque hay mucho valor en la publicidad y muchos valor para la estrella que participa. "Percibimos a nuestros clientes como marcas. Siempre se trata de hacer crecer una marca".
Según datos de la publicación estadounidense Advertising Age, en Japón (el segundo mercado publicitario del mundo, detrás de los Estados Unidos) la inversión total en publicidad en 2003 fue de 36.222 millones de dólares, y su mayor anunciante fue Toyota Motor, con 944 millones. Justamente la automotriz ha contado en sus anuncios con Clooney y brad Pitt, entre otros. Además, Antonio Banderas, Mel Gibson, Rod Stewart, Jennifer Lopez y Kevin Costner han participado en campañas de Subaru; Mariah Carey, Celine Dion, Ewan McGregor y Cameron Díaz, en Aeon (institución de enseñanza de inglés), Michael Fox y Ringo Star en algunas marcas de bebidas.
¿Por qué tantos dólares y tantas estrellas foráneas? Es que el shampoo, la tarjeta de crédito, el automóvil, el reloj, y varios más, son considerados como "una americanización de la vida", de allí la atracción por la figura del "extranjero", personaje crucial en la estrategia de los anunciantes. Y Japón, desde su modernización, a fines del siglo XIX, ha vinculado las cualidades del prestigio, de civilidad, con Occidente.

Deomesticación de las costumbres
Una secuencia de Lost in Translation, que irónicamente hace referencia a los problemas con la traducción, muestra la trastienda de la filmación de una publicidad, es decir, en esta caso, una ficcionalización de la realidad en tercer grado (ficción de la ficción de la ficción). El "director", dirigiéndose a Mr. Bob san, personaje encarnado por Bill Murray, le dice, en japonés coloquial: "Usted está sentado tranquilamente en su estudio. Y allí hay una botella de whisky Suntory (reconocida marca de bebidas en Japón) sobre la mesa. ¿Usted entiende, no? Con un sentimiento desde su corazón, lentamente, mire a la cámara, tiernamente, y como si se estuviera riendo con viejos amigos, diga las palabras. Así, como si fuera Bogie en Casablanca diciendo `Salud a ustedes, muchachos´. ¡Es el momento Suntory! Y luego de hacer un par de cortes y acción, lo increpa. "Suntory es muy exclusivo. El sonido de las palabras es importante. Es una bebida muy cara. Es la número uno. Ahora hágalo una vez más, y usted debe sentir que esto es exclusivo. ¿Ok? Esto no es un whisky de todos los días". En la película, el whisky es japonés, y se filma en y para Japón, pero Mr. Bob san, actor norteamericano, debe pronunciar su texto en inglés. Pese a esto, al director, que se vale de una traductora para hacerse entender, lo único que le interesa de las palabras que debe decir Mr. Bob san, con intensidad, es "Suntory Times" (el momento Suntory).
¿Por qué recurrir a un actor que, en la ficción, dice que preferiría estar en alguna obra de teatro? Del lado del actor, y en parte dándole la razón a Russell Crowe, Mr. Bob san, cuando le preguntan qué está haciendo en Japón, dice: "Descanso de mi esposa, olvido el cumpleaños de mi hijo y recibo dos millones de dólares por promocionar un whisky". De parte de la producción del ficticio comercial, podría decirse que el índice de occidentalización sería elevado en los productos de origen extranjero (autos, whisky, ropas, cosméticos), y se reduciría en productos autóctonos. Sin embargo, hay un poder de reorientar las influencias llegadas desde afuera; hay una domesticación de costumbres y productos por la cultura nativa.
De esta manera, va desapareciendo la diferencia entre lo autóctono y lo foráneo, como si fuese algo inevitable, pero sin "desaparecer" de la experiencia humana. Tal es el pensamiento del escritor Junichiro Tanizaki, quien en El elogio de la sombra, dictaminó: "Pero basta de recriminaciones; soy el primero en reconocer que las ventajas de la civilización contemporánea son innumerables y además las palabras no van a cambiar nada. Japón está irreversiblemente encauzado en las vías de la cultura occidental, tanto que no le queda sino avanzar valientemente dejando caer aquellos que, como los viejos, son incapaces de seguir adelante (...). Y para ver cuál puede ser el resultado, voy a apagar mi lámpara eléctrica".



* Lost in Translation. Dirección: Sofia Coppola. Intérpretes: Bill Murray, Scarlett Johansson, Giovanni Ribisi. Jueves 7 de junio, 23 hs., y viernes 8, 04.00 hs., por FOX.

5/24/2007

El sabor del té

Ellos parecen una familia… (¿cómo decirlo?) “común”: un padre terapeuta, una madre dibujante de animé, un hijo estudiante de secundario, una hija de primario, dos tíos (o hermanos o hijos, según corresponda) y un abuelo…
Pero empecemos por el abuelo, que tiene canas, como todos los abuelos, algunas paradas en un mechón; la vista, la mirada de un loquito, y las pestañas de un gallego. Pasa minutos molestando a su nieta, a través de la ventana; gusta posar como un personaje de historieta, golpea su diapasón, entona una nota y luego sigue comiendo o tomando té.
El padre, terapeuta, aplica la hipnosis en sus tratamientos, pero también en su casa; la madre, como toda mamá, cuida de su familia, de las tareas hogareñas, pero también dibuja personajes súper poderosos que lanzan rayos desde sus puños, que hacen poses salidas de… las poses del abuelo.
Después, los dos hijos. Uno, el adolescente que vive su primer amor; la pequeña, una niña que ve de manera obsesiva su doble, pero en proporciones enormes, figura que, luego de escuchar un relato de su tío, intenta exorcizar a través de una vuelta sobre una baranda.
Ah, está el primer tío, un sonidista (o productor musical) que, alejado de la ciudad, visita la casa y se reencuentra con un viejo amor. El tío segundo también es artista, pero de manga (las historietas japonesas), afeminado, excéntrico en su vestir, en su proceder… que se compone, graba y se regala una canción que dice: "Yayayayamayo, yayayamayo, yama wa ikiteiru!".
Cada uno de ellos aparece retratado en El sabor del té, una película dirigida por Katsuhito Ishii (sí, claro, un desconocido, pero bueno, para los que se guían por datos “importantes, fue el que colaboró con Tarantino en las animaciones de Kill Bill). Y como se ha descrito, cada uno convive con las penas y las glorias, casi en el campo (o alejado de la urbe), y el film transcurre con efectos del animé, mafiosos, apariciones de gente disfrazada de robots (como los de Sólo Empanadas, pero con mucha onda), mafiosos, trenes, campos de arroz, etcétera, etcétera.
Ellos parecen una familia “común”, como cualquier otra, y sí, quizá lo sean, porque cada uno tiene su propia historia, sus problemas, sus alegrías, pero en conjunto, al atardecer, se quedan en silencio, contemplando el paisaje y disfrutando de una taza de té.




* El sabor del té, con Maya Banno, Takahiro Sato, Tadanobu Asano. Dir.: Katsuhito Ishii. Viernes 8 de junio, 23.35, por I.Sat.

5/09/2007

La casa de las dagas voladoras

Él podría haber sido el general de un Imperio, pero es el capitán de un condado. Podría ser el adúltero que sale de su casa, de su tierra, pero es el Don Juan que se enamora, y que entra en un mundo de pasión, en el corazón de ella, quien podría ser una reina, pero ella es la mujer que le hace ver “la vida” (una parte, en realidad), la que -dice- “sentaría los límites” en que ha de ser amada, aunque para el gallardo, que podría ser el “mayor soldado del mundo”, haya que buscar “un nuevo cielo, una nueva tierra” para verificar el amor, su amor, por ella.
Él sale para penetrar física e íntimamente en el corazón de ella, para entrar con su amada en la noche y salir solos a cabalgar por los bosques. Él, enamorado, un desconocido para quienes pensaban conocerlo, se molestará con las nuevas de su condado, y como si estuviera entregado al vicio, sacará sus defectos del hombre. ¡Tragedia! Dos espacios geográficos, dos extremos enfrentados del mundo, símbolos del conflicto del héroe, quien se debate entre su deber como dirigente y su pasión amorosa, porque fuera de su condado, él sólo piensa en amar.
¡Tragedia!, sí, porque La casa de las dagas voladoras es una historia de amor y pasión; una película de artes marciales, pero también un triángulo amoroso: ella está dividida entre dos hombres, y esa situación conduce a la tragedia, una tragedia en la que el amor, el odio, la pasión y la venganza -emociones que en China, dicen, son más volátiles- envolverá a los tres personajes.



* La casa de las dagas voladoras. Protagonistas: Takeshi Kaneshiro, Andy Lau, Ziyi Zhang, Dandan Song, Hongfei Zhao - Director: Yimou Zhang. Martes 15 de mayo, 22:00 hs. ; miércoles 16 de mayo, 15:20 hs.; jueves 24 de mayo, 09:15 hs.; jueves 24 de mayo, 18:00 hs.; domingo 10 de junio, 19:45 hs.; lunes 11 de junio, 11:05 hs.; jueves 14 de junio, 18:05 hs, por CINECANAL.

4/11/2007

Retrato de un artista anciano

Se dice que los gatos son los menos hipócritas, autosuficientes, y que pueden adaptarse tanto a la vida hogareña como a la calle. Misterioso animal, ha sido adorado por poetas como Charles Baudelaire y Paul Verlaine. Son esas características las que posee Jimmy Mirikitani, un artista de 85 años nacido en Sacramento, pero criado en Hiroshima, que pinta, justamente, gatos.
Su biografía pudo haber sido la de un anciano extravagante, la de un homeless que exhibía su arte en las calles del Soho, en Nueva York, pero Linda Hattendorf, cámara en mano, decidió rescatarlo del anonimato y de la calle. Lo que obtiene, al final, es un extraordinario documental, The Cats of Mirikitani, y una entrañable amistad, al punto de que hasta la propia vida de la documentalista es afectada, porque en lo que ella hizo foco se salió de su cámara y penetró en su vida.
Si bien el film, realizado durante el 2001, se centra en la figura de este “personaje”, Mirikitani, que en ese entonces tenía 80, es como un frondoso árbol de cuyas ramas se desprenden otras historias.
Así, el documental de Hattendorf da cuenta de las condiciones en que vivieron los ciudadanos de etnia japonesa residentes en Estados Unidos luego del ataque a Pearl Harbor, quienes fueron concentrados en campos ubicados en la Costa Oeste del país. Uno de ellos fue Tule Lake, en California, lugar en el que se aisló a los japoneses y sus descendientes sospechados de espionaje, traición o deslealtad.
Ese recuerdo que lleva Mirikitani, un roce a la Segunda Guerra Mundial, es producido por otra “guerra”, o más precisamente, el ataque a las Torres Gemelas, porque el 11 de septiembre Mirikitani pintaba concentrado, a unas pocas cuadras del World Trade Center.
Sólo la historia juzgará si ese hecho cambió al mundo, pero el documental muestra cómo la vida de Mirikitani sufre un giro: deja de vivir en la calle, recibe la ciudadanía norteamericana, se reencuentra con amigos, gana la amistad de Hattendorf, vuelve a ver su hermana Kazuko -de quien estuvo separado durante más de 60 años- y conoce a una sobrina -laureada poeta de San Francisco-.
“Hacer arte, no la guerra”, dice Mirikitani, quien por el arte vivió en las calles y por la guerra perdió su hogar. Elecciones de vida que en él son para nada hipócritas, porque pasando los 80 ha sido autosuficiente, al punto de poder adaptarse tanto a la vida hogareña como a la calle, siendo, al fin, un misterio como los gatos que pinta.


The Cats of Mirikitani se proyectará dentro de la 9º edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, este viernes 13, a las 20, en la Alianza Francesa (Córdoba 946).

2/19/2007

Kafka en la orilla

“Quizá parezca un cuento de hadas. Pero no lo es. De ninguna de las maneras”, advierte el muchacho. El “había una vez…” no tiene lugar en su relato, porque fue el día de su decimoquinto cumpleaños cuando huyó de su casa, fue hacia una ciudad que desconocía y vivió en una biblioteca. Hasta allí cargó con unos pocos objetos personales, pero, sobretodo, con una profecía (o una maldición): “Tú algún día matarás a tu padre con tus propias manos, algún día te acostarás con tu madre y con tu hermana mayor”. No fue un oráculo quien se lo dijo, sino su padre, un famoso escultor y asesino de gatos. Así, el joven, pese a que sabe que “no es fácil convertirse en otra persona”, se rebautiza Kafka Tamura, abandona la residencia paterna, y sigue los pasos de su madre y de su hermana. Él no las recuerda: se habían marchado cuando era niño.
Satoru Nakata disfrutaba de sus días apaciblemente. Pasando los 60, vivía en un departamento que le había cedido su hermano, recibía un subsidio del ayuntamiento, tomaba el micro con un pase especial y hablaba con los gatos. Pero las hadas tampoco han estado presentes en su historia: a los nueve años, y por un incidente que ocurrió en una montaña a fines de la Segunda Guerra Mundial, estuvo tres semanas inconsciente. Cuando se despertó, lo había olvidado todo: su propio nombre, dónde vivía, la cara de sus padres. Su cabeza se había vaciado por completo. Creció oyendo que lo llamaban “idiota”, “idiota”. “Disculpe, pero Nakata es idiota”, decía de él mismo cuando se presentaba, generalmente frente a los gatos, porque, en cambio, adquirió la facultad de entenderlos, y por eso buscaba felinos extraviados en el distrito en el que vivía, su territorio, su área marcada, su mundo. Hasta que alguien le planteó: “O yo mato a los gatos o tú me matas a mí”. Nakata elige, luego huye, abandona su “mundo”, va a una ciudad que no conoce y llega a una biblioteca.

No es un cuento de hadas, de ninguna de las maneras. Es la última novela de Haruki Murakami, Kafka en la orilla (Tusqutes Editores), la cual, según el suplemento literario del New York Times, fue la mejor del 2005. Elección arbitraria, quizá, lo que es seguro es que el título, de reciente traducción al castellano, es el “más” complejo del autor japonés “más” leído actualmente. Simbolismo, mitología griega y japonesa, exploración psicológica, revisión histórica, análisis musical y literario, y referencias culturales modernas, todo a lo largo de 546 páginas en las que los viajes, el de Kafka Tamura y el de Satoru Nakata, se narran por separado, pero van entrelazados, porque las causas que impulsan a uno tienen sus consecuencias en el otro.
Esa idea mecanicista, asociada al Determinismo, es la que va moviendo a Kafka, quien, sin ser un “encumbrado”, un héroe clásico, cree que va realizando un calco de lo que alguien ya ha decidido de antemano. Piensa que ni las cosas más triviales suceden por casualidad, y se encuentra con la joven Sakura y la señora Saeki. Las causas y sus efectos también movilizan a Nakata, el anciano -arquetipo del hombre sabio- que va recorriendo el fin de su camino, aceptándolo todo con resignación.
El viaje -una acción rica en símbolos- en el caso de los héroes de Murakami es la necesidad de un cambio interior. El adolescente Tamura va a “iniciarse” en el mundo de los adultos, buscándose a sí mismo, como parte del proceso de desarrollo de su personalidad. Parecido es el caso de Nakata, quien, perdido entre las cosas y los hombres, a partir de su periplo llega a comprender que a su edad “está vacío”, que es como “una biblioteca sin libros”, y que siempre ha hecho lo que los demás le decían que hiciese. Los encuentros y causalidades de cada uno harán que, dentro del recorrido, se presenten situaciones oníricas, y fantásticas, por momentos.
Por un lado, son los sueños los que van acortando esa brecha, porque ellos -reveladores del yo y del sí mismo, que contribuyen a formar al individuo, y, sobretodo, que expresan su totalidad-, son espontáneos e incontrolables; y aunque escapan a nuestra voluntad, Kafka Tamura repite que “la responsabilidad comienza en los sueños, y su responsabilidad -se ha dicho- es una profecía.
Por el otro, “el mundo fantástico” habita en el interior de la mente de Nakata -o en su subconsciente-, un lugar en tinieblas, una hoja en blanco que se fue escribiendo con la experiencia. Pero, además, Murakami enriquece su historia insertando -por primera vez en su novelística- relatos sobre literatura japonesa antigua (Genji monogatari, de Murasaki Shikibu), en donde los espíritus se desplazan por el mundo exterior. No sólo los de los muertos lo hacen; también los de los vivos, como el de la mencionada señora Saeki, una elegante mujer de cara refinada que, si bien biológicamente pasa los 50, porta una pálida sonrisa, pero, interiormente, siente aún vivos sus recuerdos adolescentes.
Y son los recuerdos, como parte de la memoria, lo que, en tercer lugar, ocupan un papel preponderante en la novela, porque Murakami repasa la participación japonesa en la Segunda Guerra, y hasta las atrocidades de algún que otro personaje (las de Adolf Eichmann, el teniente coronel de las SS). Casi como queriendo despertar la conciencia colectiva, el autor, a través de uno de sus personajes, recuerda: “Donde no hay memoria, no hay responsabilidad”. Y eso lo tiene en claro Kafka Tamura, quien tiene alguien que se lo recuerda: el joven llamado Cuervo, personaje que -ya desde el inicio- aparece como su sombra, su otro yo.
Aquí hay que recordar aquello de “que ni las cosas más triviales suceden por casualidad”, porque Kafka Tamura se ha criado en la soledad, observando hacia su interior, por lo que no resulta difícil pensar que él haya fabricado a un “amigo” imaginario, como lo es su desdoblamiento en el joven llamado Cuervo. Y, a su vez, es claro que, ya desde el título, el autor homenajea a Franz Kafka, pero, sobretodo, desmantelando el universo narrativo del autor checo, tratando las mismas obsesiones (la soledad, la conflictiva relación con el padre, por citar algunos). Otro detalle: Kafka, en checo, es grazno, un ave semejante al cuervo. Esa animalización, también presente en Nakata, nos indica que son ellos, los animales, los que están más cerca de su propia naturaleza.

“Quizá parezca un cuento de hadas, pero no lo es. De ninguna de las maneras”, porque Murakami ha reescrito una tragedia para hablar de la condición en soledad del hombre actual, mostrándolo perdido en el mundo, sin saber quién es, y Kafka en la orilla recuerda que “todas las cosas de este mundo son una metáfora”.

1/10/2007

Dos en uno sabiéndose siempre dos

“Entre los dos sumaban doscientos sesenta y tres kilos y, sin embargo, el mundo todavía les seguía siendo ajeno. Ya no caerían otra vez en la trampa de las ilusiones, ahora sabían de sobra que el deseo de llenar el mundo con lo que se expandiera de ellos era tan interminable como su amor. Y así debía ser, parecía recordarle a Rodi el cuerpo de Lina cada vez que ella se sentaba desnuda sobre su espalda y las piernas abiertas le hacían sentir ese beso de lago”.
Lina y Rodi creen en el juego; juegan y se la juegan. Ellos quieren colmarse y, por eso, su ritual de amor pasa por la comida, pero ambos también tienen una “misión imperial”: copar el mundo con su gordura. Así, Lina y Rodi, se pesan cada tres meses.
Hace como 20 años que están juntos, desde que ambos transitaban los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras. Rodi “apenas si tenía un kilo de más y el culo de Lina era el más perfecto que podía encontrarse en una chica de dieciocho años”, bajo un Levis “que hacía centro en esa etiquetita, minúscula y gigante a la vez, de color rojo, rombo perfecto de luz en las entrepiernas”..
Lecturas de madrugada, cine, teatro, museos; comidas exóticas, posiciones sexuales del porno y más. Ellos dos se amaban “al límite de la furia y sin celos porque en cada gramo nuevo presentían que eran un poco menos parte del mundo”.
Pero amarse, para ellos, debía (debe) ser colmarse de otra manera. La pasión que ambos sintieron y sienten los llevó y los lleva a no querer vivir pendientes el uno del otro, sino “ser los dos en uno, sabiéndose siempre dos”.
“Vivimos en una época en donde las pasiones parecen ser inventadas”, dice Migual Vitagliano, escritor y profesor de Teoría Literaria en la UBA, autor de La educación de los sentidos, novela que tiene como pareja protagonista a Lina y Rodi. “La gente se desespera por construirse pasiones -agrega-. En este mundo de pasiones bajas, de pasiones tan construidas, a mí me interesan mis personajes por la tozudez de sus pasiones. Yo tenía dos personajes apasionados en un mundo en donde las pasiones son raras…”.
Sin embargo, en La educación de los sentidos hay otra pareja que viven su mundo, que tienen otra forma de amarse, y con pasión: Lépore y Brenda. Él ama a su mujer, la ama desde aquella vez que la vio cabalgando. Él, además, es director del colegio internacional japonés de Flores, en donde, justamente, Lina y Rodi son profesores.
Como si fuera un telón de fondo, la intriga es marcada por esta escuela a la que asisten, en cierta forma, unos superdotados, y que cuenta con apoyo de “la Embajada”. Y casi como si fuera un texto interpolado, una “novelita”, se cuenta la historia de dos inmigrantes japoneses de preguerra que le escapan a la “deshonra”.
El deber ser, el ser así, de esta manera y no de otra, de eso se trata, y Vitagliano, a través de una prosa, que en muchos pasajes es poética, construye una historia que se va ramificando, pero que vuelve a Lina y Rodi, a esa idea de “imperial” de copar el mundo, de amar como ellos se aman.