Romeo es un hurón con la piel blanca, pero dice que es un oso, aunque su cara, más bien, se parece a la de un chanchito: nariz rosa, ojos redondos y chicos y orejas rectangulares. Sus cejas y pestañas siempre están hacia arriba, como para afirmar esa carita de malhumorado y serio que tiene cada vez que se encuentra con alguien.
Siempre que lo vean, Romeo tendrá los brazos cruzados o una mano alzada, como desafiante. No le gusta el calor; tampoco el frío. Sí le encantan las remeras limpias y siempre usa unas rayadas azules y celestes.
Es gruñón, soberbio, criticón, obstinado, negador, perfeccionista y supersticioso. Vive solo, y todo lo puede hacer solo… Al menos eso cree…
“¡No me gustas!”.
Ese es Romeo, todo un personaje (casi de fábula) que nos advierte desde un principio que nunca está contento.
Creado por la autora e ilustradora japonesa Hiroko Ohmori, y editado en la Argentina por Adriana Hidalgo (colección Pípala), el hurón es protagonista indiscutido -tal su carácter- de dos libros: Romeo nunca está contento y Rosa (y Romeo también). En la primera historia, si bien desde el título y el propio Romeo nos remarcan que él es el centro, durante el desarrollo pareciera que hasta la misma autora quiere correrlo de ese lugar, como cuando él sale a buscar la atención de sus amigos, luego de haber leído su horóscopo, y, sin embargo, consigue todo lo contrario. Pero ahí está Rosa, una hurón dulce que está en todos los detalles, más si se trata de Romeo. Ella sabe qué decirle para que él vuelva a estar en el centro, o, mejor aún, que lo comparta con ella.
Los personajes, así, aparecen en una segunda historia, Rosa (y Romeo también). Ya bien perfilado el carácter de Romeo, la tapa, esta vez, es para ella, en donde aparece con un títere de él que, con cierta burla, grita: “¡Yo soy el protagonista!”.
La historia transcurre en un día de primavera. En las calles se siente el amor, y todos lo manifiestan, aunque eso, algo de eso, a Romeo le molesta. El prefiere la intimidad, y puertas para adentro le cocina Rosa, y charlan, leen, juegan... Comparten.
Al fin y al cabo, son dos hurones que viven uno enfrente del otro… Al fin y al cabo, a él le gusta la compañía de Rosa y ella sabe qué decirle a Romeo.
Son dos que se entienden. Y ese es el secreto.
O eso creen.
“¡¿Eh?!”.
12/08/2010
9/16/2010
Súper patéticos
Ni Superman, ni Batman, ni el Hombre Araña. La pantalla retrata héroes que conmueven por su torpeza, dolor y tristeza, todos productos del mundo en el que vivimos.
En la ciudad de Aldo Bonzi, partido de La Matanza, alguien disfrazado patrulla en su moto, velando por la seguridad de sus pares. Su traje antibalas, celeste y blanco; su vocación, ayudar a aquellos que lo necesiten. Su "nombre": Menganno, el "súper héroe" reconocido a partir de un programa de radio y popularizado por Crónica TV.
Fanático del Capitán América -el cómic estadounidense-, y de Batman, el Zorro y Dragon Ball Z, este comerciante de día lucha contra la inseguridad de noche. También carga las bolsas de las compras de las personas mayores o las ayuda a cruzar la calle o a cambiar la rueda del auto.
"No sustituyo a la ley, no soy un vigilante -asegura desde Facebook-. Patrullo y evito los pequeños crímenes que puedo parar y ayudo al prójimo. No estoy en contra de la Policía, sino a favor... y quiero ayudarlos y contagiar a todos a que también lo hagan, ya que, para mí, la seguridad la hacemos entre todos".
Pero Menganno también necesita ayuda, porque los súper héroes también la necesitan, o, más preciso, el hombre debajo del disfraz la necesita, porque quien carga ese traje es un trabajador ("Ayer pagué el dominio [de Internet] y me quería morir") que toma mate, usa medias y tiene corazón, un gran corazón.
Hace un mes, su mujer lo abandonó. La separación fue su criptonita. Sus patrullajes diarios decayeron. "Le estoy fallando a la gente", dice en la radio, en el programa Perros de la calle (FM Metro, 95.1). Ella, su mujer, sintió que él protegía a los demás, pero no a ella, y lo echó de su vida.
Si bien es un caso real, así de patéticos son los súper héroes que hoy refleja el cine, sea en la Argentina, en Estados Unidos o en Japón, en donde los ejemplos los hay de sobra. Luego del renacer de figuras como Batman o el Hombre Araña (no casualmente después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, en Estados Unidos), ahora llegan los estrenos de Kick Ass, el súper héroe sin súper poderes, o el de Zenitram, "el argentino que vuela". El menos conocido es el caso de Zebraman, le película de Takashi Miike del 2004 y cuya segunda parte pronto se estrenará en Japón.
El argumento de Zebrama cuenta la historia de Shinichi, un maestro de escuela poco respetado por sus alumnos e, incluso, por su familia: su hijo recibe abusos de parte de sus compañeros por culpa del padre, su hija no le hace caso y se prostituye, y su mujer lo ignora y lo engaña. Con esa realidad, lo único que le queda, su escape es Zebraman, una añorada serie de su infancia y cuyo traje Shinichi diseña de día y cose de noche.
A diferencia de Superman, Batman o el Hombre Araña, Zebraman no es el único sobreviviente de un planeta que ha explotado o alguien que no logra superar su orfandad o que sufre el asesinato de un familiar, pero sí, al igual que Kick Ass o Zenitram (y hasta del propio Menganno), el súper héroe japonés comparte un panorama individual desolador. En todos los casos, también, hay un común desorden social, abusos del hombre contra el propio hombre, los cuales, en estos patéticos personajes, se acentúan más, aún. Se entiende, entonces, que la lucha está mucho antes que contra lo sobrenatural (en el caso de Zebraman, aunque pelea contra villanos alienígenas, su principal batalla es contra sus pares).
Semejantes a una figura quijotesca (flaco, enjuto de rostro, emprendiendo grandes empresas que nos parecen imposibles, aunque no deberían serlas), más antihéroes que héroes, estas comedias nos dan (nos devuelven) imágenes que nos reflejan, nos identifican, que nos muestran quiénes somos. Son producto del mundo y la cotidianeidad que nos toca, y la ficción, en este caso, no hace más que parodiarnos en nuestra necesidad de Justicia, de corregir, o de no olvidarnos de corregir, aquello que está o mal o entendemos como tal. Por eso, aunque nosotros no seamos capaces de tal "aventura", la ficción, el cine, instala su poética para hacer justicia.
El mundo así, no debiera hacernos extrañar que en Aldo Bonzi surja un "súper héroe", "un groso", alguien que hace sentir "protegidos" a los demás, como es el caso de Menganno, y que necesita llamar a la radio para implorar a que lo ayuden.
(Por cierto, Menganno, como todo "súper héroe", se queda con la chica.)
En la ciudad de Aldo Bonzi, partido de La Matanza, alguien disfrazado patrulla en su moto, velando por la seguridad de sus pares. Su traje antibalas, celeste y blanco; su vocación, ayudar a aquellos que lo necesiten. Su "nombre": Menganno, el "súper héroe" reconocido a partir de un programa de radio y popularizado por Crónica TV.
Fanático del Capitán América -el cómic estadounidense-, y de Batman, el Zorro y Dragon Ball Z, este comerciante de día lucha contra la inseguridad de noche. También carga las bolsas de las compras de las personas mayores o las ayuda a cruzar la calle o a cambiar la rueda del auto.
"No sustituyo a la ley, no soy un vigilante -asegura desde Facebook-. Patrullo y evito los pequeños crímenes que puedo parar y ayudo al prójimo. No estoy en contra de la Policía, sino a favor... y quiero ayudarlos y contagiar a todos a que también lo hagan, ya que, para mí, la seguridad la hacemos entre todos".
Pero Menganno también necesita ayuda, porque los súper héroes también la necesitan, o, más preciso, el hombre debajo del disfraz la necesita, porque quien carga ese traje es un trabajador ("Ayer pagué el dominio [de Internet] y me quería morir") que toma mate, usa medias y tiene corazón, un gran corazón.
Hace un mes, su mujer lo abandonó. La separación fue su criptonita. Sus patrullajes diarios decayeron. "Le estoy fallando a la gente", dice en la radio, en el programa Perros de la calle (FM Metro, 95.1). Ella, su mujer, sintió que él protegía a los demás, pero no a ella, y lo echó de su vida.
Si bien es un caso real, así de patéticos son los súper héroes que hoy refleja el cine, sea en la Argentina, en Estados Unidos o en Japón, en donde los ejemplos los hay de sobra. Luego del renacer de figuras como Batman o el Hombre Araña (no casualmente después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, en Estados Unidos), ahora llegan los estrenos de Kick Ass, el súper héroe sin súper poderes, o el de Zenitram, "el argentino que vuela". El menos conocido es el caso de Zebraman, le película de Takashi Miike del 2004 y cuya segunda parte pronto se estrenará en Japón.
El argumento de Zebrama cuenta la historia de Shinichi, un maestro de escuela poco respetado por sus alumnos e, incluso, por su familia: su hijo recibe abusos de parte de sus compañeros por culpa del padre, su hija no le hace caso y se prostituye, y su mujer lo ignora y lo engaña. Con esa realidad, lo único que le queda, su escape es Zebraman, una añorada serie de su infancia y cuyo traje Shinichi diseña de día y cose de noche.
A diferencia de Superman, Batman o el Hombre Araña, Zebraman no es el único sobreviviente de un planeta que ha explotado o alguien que no logra superar su orfandad o que sufre el asesinato de un familiar, pero sí, al igual que Kick Ass o Zenitram (y hasta del propio Menganno), el súper héroe japonés comparte un panorama individual desolador. En todos los casos, también, hay un común desorden social, abusos del hombre contra el propio hombre, los cuales, en estos patéticos personajes, se acentúan más, aún. Se entiende, entonces, que la lucha está mucho antes que contra lo sobrenatural (en el caso de Zebraman, aunque pelea contra villanos alienígenas, su principal batalla es contra sus pares).
Semejantes a una figura quijotesca (flaco, enjuto de rostro, emprendiendo grandes empresas que nos parecen imposibles, aunque no deberían serlas), más antihéroes que héroes, estas comedias nos dan (nos devuelven) imágenes que nos reflejan, nos identifican, que nos muestran quiénes somos. Son producto del mundo y la cotidianeidad que nos toca, y la ficción, en este caso, no hace más que parodiarnos en nuestra necesidad de Justicia, de corregir, o de no olvidarnos de corregir, aquello que está o mal o entendemos como tal. Por eso, aunque nosotros no seamos capaces de tal "aventura", la ficción, el cine, instala su poética para hacer justicia.
El mundo así, no debiera hacernos extrañar que en Aldo Bonzi surja un "súper héroe", "un groso", alguien que hace sentir "protegidos" a los demás, como es el caso de Menganno, y que necesita llamar a la radio para implorar a que lo ayuden.
(Por cierto, Menganno, como todo "súper héroe", se queda con la chica.)
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